31.12.07

Novela X, por el autor Y

Reseña escrita por: Abanto Rodríguez Rococó, metacrítico cultural

Si en su primer libro de cuentos este autor había demostrado una desbordante imaginación y un trabajo cuidadoso y casi obsesivo con la palabra, ahora, con la publicación de su primera novela, nos da una pista más o menos clara de su maduración y de los nuevos horizontes que su obra será capaz de abrir en el futuro, quizás.

Y es que, así como en sus relatos primerizos supo entregarnos historias vívidas y cotidianas en las que primaban las pulsiones de la ciudad (su escenario era una Lima jamás nombrada, por la que pululaban tribus urbanas de todo pelaje y personajes del ambiente literario que no era nada fácil reconocer), ahora, en su primer esfuerzo mayor, el autor da un paso más y nos deja el retrato de un personaje inolvidable y absolutamente oririginal (que parece salido de una página de Carver), envuelto en una historia pasional e inconfundible que, no obstante, puede también leerse de otra(s) manera(s).

Que no se deje engañar el lector: la fábula de esta novela parece sencilla pero esconde una complejidad inagotable; los personajes parecen chatos, pero eso se debe a que están vistos desde arriba. Y también al hecho de que han sido construidos con el tono de la parodia y la agudeza inmisericorde de la verdad, que, en este caso, no por trivial es menos insensata.

Asimismo este libro ha sido escrito con la vehemencia que hace presa de los verdaderos escritores cuando necesitan escupir el vómito negro de sus verdades sobre la pantalla en blanco de su computadora, acto valeroso que no siempre termina limpiamente. De otra forma, no se explican los muchos errores de ortografía y la azarosa elección de las tildes y las comas, que, dicho sea de paso, un buen editor habría tenido que subsanar o, en su defecto, incluso corregir.

En resumen, este es un buen libro que vale la pena leer si uno no tiene otra cosa a la mano. ¿Que sus innumerables virtudes se ven opacadas por su indeletreables defectos? Puede ser cierto. Pero la insólita torpeza de su redacción no alcanza para ocultar la belleza ab-origen de sus intempestivos silencios (esa media página en blanco entre capítulo y capítulo: un hallazgo).

No se entiende por qué esta novela, que será lanzada al mercado pasado mañana, ha sido víctima del silencio cómplice de todos los demás medios de prensa, salvo éste, en el que su autor por coincidencia trabajó durante doce años.

Para concluir, digamos que el autor es sin duda un literato novísimo, que ha creado una obra de género inclasificable: un policial clásico de escaso desinterés, que sabrá apreciar más que a su vida el crítico de busto viril. Pero no por eso debemos olvidar que apenas tiene 47 años y que, por tanto, aun le falta dar el último estirón: hay que tener en cuenta que se halla en pleno proceso de aprendizaje y aún no se encuentra al cien por ciento de sus facultades mentales.

(Dibujo de Ricardo Biriba).

29.12.07

El Estado no apoya la cultura

Por: Arantxa Dark, poeta limeña

La poesía surge del estrecho margen (bastante delgadito) que distingue la voz del silencio. Sobrevive (sobre vive) en la fisura de una lengua que no es la de la cultura del logos, sino la del a-logos, lo ilógico, lo atroz, lo des-centrado y des-conocido.

O sea, la poesía es como un enfermo terminal que convulsiona sin fijarse a quiénes les tose y aunque quiere no puede ni podrá jamás acabar de pronunciar esa última palabra, ese sonido inarticulado que se empeña en emerger de su garganta (como del pescuezo de un San Juan de la Cruz agonizante) pero que no ha de lograr su cometido porque le falta aire.

Dicho esto, la conclusión es concluyente; la proposición, incuestionable. Desde la altura fatal e intransigente de mi poética puedo ver la mediocridad y la estolidez, la interferencia y la atonía de aquellos que interrumpen mi caminar audaz por las veredas de una ciudad derruida, decadente y atosigante, especialmente en las horas punta.

Allí está la fuente de la que surgen mis versos, ese origen ignoto, inaccesible, que me posee y me aniquila interiormente pero de la cual aparece el objeto monstruoso de mi poesía, objeto a cuya alta belleza (dejando a un lado la monstruosidad arriba mencionada o suprascrita) alcanzan algunos pocos y, eso, cuando pueden empinarse o conseguir que alguien les haga patita de gallo.

La poesía hiere como un cuchillo frío (porque si estuviera caliente, cauterizaría). Y allí está el gran problema que yo he llamado el dilema de la serpiente: (1) morder y envenenar al sujeto bípedo que asedia su hábitat y la pone en peligro de extinción, o (2) dar un paso al costado y poner los inexistentes pies en polvorsa, pero solapa nomás, serpiente, sin causar roche ni revuelo, haciendo como que aquí no ha pasado nada.

Yo creo que no hay alternativa: el poeta tiene que enfrentar la posibilidad de la muerte, correr el riesgo de salir de su madriguera cuando es necesario para atraer a su presa y resguardar sus fueros. El poeta es, pues, el gran maldito, sí, pero también la gran serpiente maldecidora -¡oh, maldita boa!- cuya función es demoler el sistema establecido por la lengua compañera del Imperio, la ley patriarcal y el neoliberalismo salvaje.

Desafortunadamente, al poeta maldito la gente no lo apoya. Y el Estado tampoco porque el INC cuenta con una burocracia que no cree en nadie. Algo tenemos que hacer en este contexto signado por la falta de un ente regulador que compense las inequidades del mercado. Sólo la unión nos hará fuertes, imperecibles y unidos. Poetas malditos: ¡como dijo Unamuno, unámonos!

Por eso, desde esta ciber-tribuna pobre pero honrada propongo unir a todos los poetas (eso sí, superando personalismos y el frecuente odio entre peruanos) a fin de bombardear este sistema opresivo que no reconoce nuestro trabajo pendavis y marginal.

(En la foto: poeta Arantxa Dark ante la encrucijada de una performance).