9.2.08
Varios
Por: Mepaso Palcusco, compilador y poeta
OBJECIONES
En un artículo publicado en Letra Muerta, el escritor y ensayista Julio Kobayashi objeta mi reciente ensayo El concepto de violencia es un asunto relativo, del que yo mismo diera cuenta aquí y que ha merecido el elogio de todos mis amigos.
Kobayashi se refiere, en primer lugar, a mi supuesto error de atribuirle a Abraham Valdelomar la autoría de Los heraldos negros, libro que, según asegura el articulista, en realidad pertenece a César Vallejo.
Tengo que hacer notar que Kobayashi no ofrece ninguna prueba de su afirmación; de todos modos, la enmienda no me parece relevante para los fines de mi ensayo, pues, como ya lo dijo Zizek en "El constructo (ir)restricto de verdad y la globalización" --ensayo incluido en su libro Ahora te voy a poner a gozar, “la idea misma de autoría nos ubica en el horizonte democrático liberal operado desde el goce globalizador”.
En fin, parece que algunos estudiosos se siguen manejando dentro de un paradigma moderno y atávico de autoría que desafortunadamente rige el modelo hegemónico de nuestra crítica y del cual diera cuenta en un anterior post titulado "El paradigma moderno y atávico de autoría que desafortunadamente rige el modelo hegemónico de nuestra crítica y del cual diera cuenta en un anterior post".
Asimismo, Kobayashi no se ha planteado el asunto importante que debería ser discutido y que era el motivo central del artículo del cual acusaba recibo. Me refiero, por otra parte, como ya expresé y también sostuve, aunque con reservas y dejando la demostración para un futuro ensayo más completo, a que la sociedad moderna, liberal, neoliberal y neoconservadora y centrada en el impulso de una autonomía destructiva y heteróclita, no puede generar la igualidad que sería necesaria para que al menos cuando se pueda cada persona subalterna deje de ser subalterna en la medida en que ya no quiera y entonces tenga la oportunidad de que se la escuche y al menos así haya una circunstancia en su vida que la haga más interesante, lo cual demuestra claramente las falencias de la democracia parlamentaria que padecemos, en donde campea la corrupción mismo el Cid, y Fujimori palabrea como quiere a los jueces, generando muerte, hambrunas, plagas, epidemias, calentamiento global, crueldad contra los animales y, sobre todo, cierto malestar entre la población.
A propósito de lo susodicho (y esto va como una posibilidad tentativa que se me acaba de ocurrir y quizá pronto deje de ser hipótesis para dar paso a una investigación más documentada) la poeta Ataranxa Dark me envía un email en el que me expresa su apoyo y cito: “Querido Mepaso: Tienes razón en todo lo que dices; el problema es que hay gente que maneja un concepto caduco y reductivo de la verdad. Por eso es que no clasificamos y los chilenos compran Wong y se lo llevan en carrito”.
ADIVIN ARTE PUSO UNA PUESTA
Mepaso, digo me pasan el dato de que el artista conceptual peruano Adivin Arte acaba de instalar en la galería Malasangre su última puesta que, según informa el curador y crítico Augusto Cuadra, “es una revisión de los conceptos de tiempo, espacio, materia y lugar, desde el punto de vista del vacío, del desencuentro con lo que pudo ser y lo que vendrá”. El problema es que, a pesar de que su puesta apuesta por una nueva propuesta, te cobran la entrada.
MOSQUITAS QUE DESTRUYEN EL SISTEMA
Asimismo, me informan que la artista Luz Inspiración de la Noche, tras recitar unas frases al viento que nadie pudo entender, porque estaban dichas en una lengua imaginaria, o quizá en serbio, soltó en la pileta de la plaza de armas de Lima un millar de moscas con las patitas pintadas de amarillo. Dichas moscas habrán de dejar sus huellas color yema de huevo sobre la superficie de las viejas casonas coloniales, con lo cual queda claro cómo el sistema de la democracia neoliberal, colonial y representativa se cae a pedazos. Una pena que me la haya perdido.
POETAS EN EL YACANA
Dejo este post aquí, acusando recibo de una invitación para ir a libar unas copas en el bar de siempre con los artistas del mañana, donde leeremos nuestros poemas que usualmente son del agrado de los parroquianos, no sin antes dar cuenta de que este post ha sido compuesto con la técninca del pot luck, o la chanchita, es decir, la yuxtaposición indiscriminada de elementos producto del azar y la necesidad. El azar de que todos aparezcan en un mismo post y la necesidad que tengo de apersonarme al toque en el mencionado bar y de cuyas Cristales (no tienen Cuzqueña ni Pilsen por culpa del maldito monopolio neoliberal) ya he dado cuenta en anteriores posts.
11.1.08
Abimael Guzmán, el hijo de puta
Por Sinestesio Jarama, crítico de trailers
Finalmente llegó a estrenarse esta semana el primer documental del joven director peruano Augusto Rocambol, quien ya antes gozara de éxitos de taquilla con películas de aplaudida originalidad como El joven manos de alicates, El laberinto del diablo y La guerra de los anillos.
En esta cinta, Rocambol arriesga una versión bastante novedosa, equilibrada y, por qué no decirlo, humana de Abimael Guzmán, llegando a la conclusión de que el también llamado “Presidente Gonzalo” no fue sino el monstruoso y demoniaco cabecilla de una banda terrorista.
Rocambol quiere explorar las raíces de la violencia en la gran trama social de nuestro país y para ello investiga sus antecedentes en la historia peruana que, según da a entender el documental, se remontan hasta el polémico Hombre de Caral, conocido por convertir en un asunto personal la menor discrepancia ideológica.
En su búsqueda de los momentos cruciales de la crisis peruana, el film repasa la conquista, las rebeliones indígenas, la independencia, la guerra con Chile, la salida del aire de Yola Polastri y la derrota de 5 a 1 contra Ecuador.
Empeñado en una comprensión total de los hechos, el documentalista no deja ningún cabo suelto e intenta huir con mucho afán y pies ligeros de los lugares comunes. De otra forma no se explican esas tomas de atardeceres en una playa con palmeras, gaviotas y daiquiris, las iglesias barrocas abundantes en palomas, los niños jugueteando y riendo en una plazuelita bajo el sol serrano, imágenes que dicen mucho de un cineasta audaz que quiere mostrar otra cara de la violencia. Una cara totalmente insólita, de hecho, que no se le habría ocurrido a nadie que en verdad conociera los hechos.
El logro final es lo que importa. Algunos críticos envidiosos de Internet han señalado confusiones históricas poco relevantes para el conjunto, como atribuir la ejecución de Túpac Amaru II a Diego de Almagro, señalar que la entrevista de Guayaquil se llevó a cabo en Quito entre Bolivar y Obelix, mencionar a José Carlos Mariátegui como fundador de la Trinchera Norte y confundir al congresista Mauricio Mulder con Machín, el personaje de Patacláun.
Que Abimael Guzmán haya nacido en Arequipa y no en Liverpool (¡qué tanto problema por unos cuantos kilómetros de diferencia!), que Sendero Luminoso sea una escisión de la izquierda peruana y no de los Traveling Wilburys, y que el dictador de Camboya se llamara Pol Pot y no Popol Vuh, tal como afirma Rocambol en este documental, son detalles menores frente al retrato honesto y descarnado que el cineasta nos ofrece, con una cámara ágil y veloz, nerviosa, que a ratos se mueve mucho y casi siempre está en foco.
Desafortunadamente, en sus últimos minutos, Abimael Guzmán, el hijo de puta abandona su propuesta equilibrada y toma partido. A pesar de todo, el documental es un trabajo que vale la pena ver para apoyar al cine nacional y por lo inusitado de su historia: es un relato compuesto con la libertad que sólo puede ser hija del desconocimiento, como debe ocurrir siempre con las bellas artes plásticas.
(En la foto, el líder de Sendero Luminoso alzando el puño equivocado en el documental Abimael Guzmán, el hijo de puta).
Finalmente llegó a estrenarse esta semana el primer documental del joven director peruano Augusto Rocambol, quien ya antes gozara de éxitos de taquilla con películas de aplaudida originalidad como El joven manos de alicates, El laberinto del diablo y La guerra de los anillos.
En esta cinta, Rocambol arriesga una versión bastante novedosa, equilibrada y, por qué no decirlo, humana de Abimael Guzmán, llegando a la conclusión de que el también llamado “Presidente Gonzalo” no fue sino el monstruoso y demoniaco cabecilla de una banda terrorista.
Rocambol quiere explorar las raíces de la violencia en la gran trama social de nuestro país y para ello investiga sus antecedentes en la historia peruana que, según da a entender el documental, se remontan hasta el polémico Hombre de Caral, conocido por convertir en un asunto personal la menor discrepancia ideológica.
En su búsqueda de los momentos cruciales de la crisis peruana, el film repasa la conquista, las rebeliones indígenas, la independencia, la guerra con Chile, la salida del aire de Yola Polastri y la derrota de 5 a 1 contra Ecuador.
Empeñado en una comprensión total de los hechos, el documentalista no deja ningún cabo suelto e intenta huir con mucho afán y pies ligeros de los lugares comunes. De otra forma no se explican esas tomas de atardeceres en una playa con palmeras, gaviotas y daiquiris, las iglesias barrocas abundantes en palomas, los niños jugueteando y riendo en una plazuelita bajo el sol serrano, imágenes que dicen mucho de un cineasta audaz que quiere mostrar otra cara de la violencia. Una cara totalmente insólita, de hecho, que no se le habría ocurrido a nadie que en verdad conociera los hechos.
El logro final es lo que importa. Algunos críticos envidiosos de Internet han señalado confusiones históricas poco relevantes para el conjunto, como atribuir la ejecución de Túpac Amaru II a Diego de Almagro, señalar que la entrevista de Guayaquil se llevó a cabo en Quito entre Bolivar y Obelix, mencionar a José Carlos Mariátegui como fundador de la Trinchera Norte y confundir al congresista Mauricio Mulder con Machín, el personaje de Patacláun.
Que Abimael Guzmán haya nacido en Arequipa y no en Liverpool (¡qué tanto problema por unos cuantos kilómetros de diferencia!), que Sendero Luminoso sea una escisión de la izquierda peruana y no de los Traveling Wilburys, y que el dictador de Camboya se llamara Pol Pot y no Popol Vuh, tal como afirma Rocambol en este documental, son detalles menores frente al retrato honesto y descarnado que el cineasta nos ofrece, con una cámara ágil y veloz, nerviosa, que a ratos se mueve mucho y casi siempre está en foco.
Desafortunadamente, en sus últimos minutos, Abimael Guzmán, el hijo de puta abandona su propuesta equilibrada y toma partido. A pesar de todo, el documental es un trabajo que vale la pena ver para apoyar al cine nacional y por lo inusitado de su historia: es un relato compuesto con la libertad que sólo puede ser hija del desconocimiento, como debe ocurrir siempre con las bellas artes plásticas.
10.1.08
Fábula del heredero
Por: Héctor Larval, poeta online
Hace cuarenta años, en los tiempos de mi segunda infancia en el mítico Patio de Letras, mi amigo el icónico escritor Suárez Barrios, famoso por su celeridad para el acróstico avieso y para el consumo espirituoso desprendido de obligaciones burguesas (como cancelar sus cuentas), esculpió en la piedra pulida de mi lóbulo izquierdo y en el mármol intonso de mi cerebro que sufre y se enternece, una frase o adagio popular de memoria inmarcesible y sentido atónito.
Me dijo así:
"Héctor Larval, amigo de mi entraña, pensador de baño turco, zapatero a tus zapatos, pugilista de semáforo, mano anónima, reichführer de la krayola número 4 y la mayólica quebrada, autor de versos unas veces rotundos como tacle de burro, otras veces fragilísimos como eructo de tímida libélula..."
"A ti, Héctor Larval", siguió diciendo Suárez Barrios, "a ti te convoco, porque quiero que tu poesía, tu lírica de dimensiones épicas, tu épica de limitaciones líricas, tu dramática de arraigo cómico, tu humor de azares trágicos, tu narrativa de espíritu radial, tu ensayística de contundencia cablegráfica, tu filosofía de domingo en la kermés del colegio, sean herederas inmediatas de mi pluma de ganso".
Yo en esos años mozuelos era un joven apolíneo, escasamente confundido con una vestal dada la belleza incomprendida de mi rostro y la afición abismal al juego y el descontrol, pero limpérrimo de psique y de soma hasta la mutua cancelación de ambos términos (en mi opinión, indebidamente sobrevaluados, por lo que pienso hacer un deslinde ante ellos en próximo ensayo que remecerá el mundo de los objetos sensibles y también el otro).
Era yo tan ancho en la sístole como ágil en la diástole y siempre dispuesto a la fotosíntesis, y algo en la cara de los demás me decía que estaba destinado a grandes cosas. Profeta de mi pequeña grandeza por venir, nada me había hecho presagiar las palabras que Suárez Barrios pronunció después:
"Dos más y el conchito de la raspadilla", dijo, impositivo, marcial (habíamos llevado nuestra moveable feast hasta un bar frente al campus de San Marcos), dirigiendo su verbo sustantivo y sus diminutivos de pueblo hondo al vertical garçon que nos atendía. "Dos más y el conchito de la raspadilla", repitió, posando en mí sus dos ojos, que parecían los ojos de dos tuertos diferentes y a los que sólo unía el odio y una nariz que incordiaba la paz de su gesto cinocéfalo.
Y añadio:
"Héctor Larval, pese a tu nombre de salsero de todos los reclusos, tu camino a la fama se verá enladrillado de libros y poemas del más sutil calibre, de una genialidez francamente anarcosindicalista; beberás el futuro a manos llenas; tu talento para la repartición de las frases adverbiales será la llave de San Pedro que te abrirá el sétimo cielo del que hablaban los profetas; te hundirás en el beneficio de la duda; emergerás en la otra ribera; nadarás el protervo mar de la Atarjea y te será dado ver la fauna de peces mutantes que se solaza bajo el espejo de sus aguas; tus amigos serán legión pero tus enemigos serán legionarios de cólera fácil y puñete al quítame allá estas pajas; volarás entre sinalefas para despertar cada mañana en la cama de una nueva musa clásica (recuerda, eso sí, que sólo son nueve: sospecha de las demás)".
Yo apenas podía contener las lágrimas. Según Suárez Barrios hablaba, mis ojos, escapados de sus cuencas, se fijaban con descocada impertinencia, más y más, en la agitación vespertina de los labios del mítico dipsómano y moralista, y desde cierto momento el sonido de sus palabras llenó todos los espacios de mi mundo: más que palabras eran presagios, eran el anuncio de mi genio finalmente revelado a la humanidad:
"Héctor Larval", siguió diciendo Suárez Barrios, "en verdad te digo esto: las siete casas de la poesía esperan por tu arribo; en cada uno de los siete palacios de la sublimidad hay una habitación con tu nombre; en las siete torres vigías del futuro cada peldaño de cada escalera tiene la forma de tus tabas aladas; tu reflejo espera por ti en el espejo del altar de las siete catedrales más altas del mundo solar, y en las siete catedrales más hondas del mundo sublunar. El universo que ha sido letrina y ha sido cementerio, será paraíso cuando tú lo dejes resucitar con tus sofonetos".
Se me hizo agua la boca. Suárez Barrios añadio:
"Y para que eso pase, sólo tienes que responder una pregunta".
"Lo que quieras, maestro", dije. "¿Te apetece otra raspadilla?"
"Respóndeme, Héctor Larval: ¿cuál es la diferencia entre el concepto de alegoría de los tomistas, el de Adorno, el de Abrams y el de Benjamin?"
"Ahí sí me agarrastes".
"Entonces te cambio la pregunta: ¿alguna vez Conrad escribió narraciones en colaboración?"
"Ahí sí me agarrastes".
"Una más, facilita: ¿qué significa poetry".
"Ahí sí me agarrastes".
"¿Siete por cuatro?"
" ... "
Hace cuarenta años, en los tiempos de mi segunda infancia en el mítico Patio de Letras, mi amigo el icónico escritor Suárez Barrios, famoso por su celeridad para el acróstico avieso y para el consumo espirituoso desprendido de obligaciones burguesas (como cancelar sus cuentas), esculpió en la piedra pulida de mi lóbulo izquierdo y en el mármol intonso de mi cerebro que sufre y se enternece, una frase o adagio popular de memoria inmarcesible y sentido atónito.
Me dijo así:
"Héctor Larval, amigo de mi entraña, pensador de baño turco, zapatero a tus zapatos, pugilista de semáforo, mano anónima, reichführer de la krayola número 4 y la mayólica quebrada, autor de versos unas veces rotundos como tacle de burro, otras veces fragilísimos como eructo de tímida libélula..."
"A ti, Héctor Larval", siguió diciendo Suárez Barrios, "a ti te convoco, porque quiero que tu poesía, tu lírica de dimensiones épicas, tu épica de limitaciones líricas, tu dramática de arraigo cómico, tu humor de azares trágicos, tu narrativa de espíritu radial, tu ensayística de contundencia cablegráfica, tu filosofía de domingo en la kermés del colegio, sean herederas inmediatas de mi pluma de ganso".
Yo en esos años mozuelos era un joven apolíneo, escasamente confundido con una vestal dada la belleza incomprendida de mi rostro y la afición abismal al juego y el descontrol, pero limpérrimo de psique y de soma hasta la mutua cancelación de ambos términos (en mi opinión, indebidamente sobrevaluados, por lo que pienso hacer un deslinde ante ellos en próximo ensayo que remecerá el mundo de los objetos sensibles y también el otro).
Era yo tan ancho en la sístole como ágil en la diástole y siempre dispuesto a la fotosíntesis, y algo en la cara de los demás me decía que estaba destinado a grandes cosas. Profeta de mi pequeña grandeza por venir, nada me había hecho presagiar las palabras que Suárez Barrios pronunció después:
"Dos más y el conchito de la raspadilla", dijo, impositivo, marcial (habíamos llevado nuestra moveable feast hasta un bar frente al campus de San Marcos), dirigiendo su verbo sustantivo y sus diminutivos de pueblo hondo al vertical garçon que nos atendía. "Dos más y el conchito de la raspadilla", repitió, posando en mí sus dos ojos, que parecían los ojos de dos tuertos diferentes y a los que sólo unía el odio y una nariz que incordiaba la paz de su gesto cinocéfalo.
Y añadio:
"Héctor Larval, pese a tu nombre de salsero de todos los reclusos, tu camino a la fama se verá enladrillado de libros y poemas del más sutil calibre, de una genialidez francamente anarcosindicalista; beberás el futuro a manos llenas; tu talento para la repartición de las frases adverbiales será la llave de San Pedro que te abrirá el sétimo cielo del que hablaban los profetas; te hundirás en el beneficio de la duda; emergerás en la otra ribera; nadarás el protervo mar de la Atarjea y te será dado ver la fauna de peces mutantes que se solaza bajo el espejo de sus aguas; tus amigos serán legión pero tus enemigos serán legionarios de cólera fácil y puñete al quítame allá estas pajas; volarás entre sinalefas para despertar cada mañana en la cama de una nueva musa clásica (recuerda, eso sí, que sólo son nueve: sospecha de las demás)".
Yo apenas podía contener las lágrimas. Según Suárez Barrios hablaba, mis ojos, escapados de sus cuencas, se fijaban con descocada impertinencia, más y más, en la agitación vespertina de los labios del mítico dipsómano y moralista, y desde cierto momento el sonido de sus palabras llenó todos los espacios de mi mundo: más que palabras eran presagios, eran el anuncio de mi genio finalmente revelado a la humanidad:
"Héctor Larval", siguió diciendo Suárez Barrios, "en verdad te digo esto: las siete casas de la poesía esperan por tu arribo; en cada uno de los siete palacios de la sublimidad hay una habitación con tu nombre; en las siete torres vigías del futuro cada peldaño de cada escalera tiene la forma de tus tabas aladas; tu reflejo espera por ti en el espejo del altar de las siete catedrales más altas del mundo solar, y en las siete catedrales más hondas del mundo sublunar. El universo que ha sido letrina y ha sido cementerio, será paraíso cuando tú lo dejes resucitar con tus sofonetos".
Se me hizo agua la boca. Suárez Barrios añadio:
"Y para que eso pase, sólo tienes que responder una pregunta".
"Lo que quieras, maestro", dije. "¿Te apetece otra raspadilla?"
"Respóndeme, Héctor Larval: ¿cuál es la diferencia entre el concepto de alegoría de los tomistas, el de Adorno, el de Abrams y el de Benjamin?"
"Ahí sí me agarrastes".
"Entonces te cambio la pregunta: ¿alguna vez Conrad escribió narraciones en colaboración?"
"Ahí sí me agarrastes".
"Una más, facilita: ¿qué significa poetry".
"Ahí sí me agarrastes".
"¿Siete por cuatro?"
" ... "
8.1.08
Nuevos aportes en sociología
Reseña del libro: “La democracia, la sociedad civil, la globalización, los derechos humanos, las sensibilidades y la postmodernidad: una introducción”. Alberto Corofran, Lima, Ed. McGrawHill, 18 págs. 2008.
En el mundo de las ciencias sociales pocas veces tenemos el placer de leer un texto que combine una rigurosa reflexión teórica con un amplio bagaje de pruebas empíricas y estadísticas. En el caso del libro reseñado, tampoco ocurre esto. Sin embargo, el texto tiene otros importantes méritos, lamentablemente ninguno atribuible a su autor. El estudio de la democracia implica un conjunto de tópicos todos ellos debidamente tratados en otros textos, que si seria interesante reseñar. Alexis de Toqueville, según cuentan sus biógrafos, solía almorzar a media tarde, curiosamente todos los días. Es a partir de este hecho central que ha pasado desapercibido por otros estudiosos que nuestro autor desarrolla una extensa reflexión sobre los vacíos de la democracia remontándose hasta el desayuno.
Es a partir de la necesidad de explicar los limites de la democracia que se articula un puente (aéreo) a la sociedad civil, la cual, como señala el autor, es diferente a otros tipos de sociedades, por ejemplo la peruana, a la cual con cierto tono de sarcasmo anota ingeniosamente: “no tiene mucho de civil”. Ob cit. Pag. 7
Una minuciosa -a veces pesada por los tecnicismos- y extensa explicación sobre las permanentes tensiones existentes entre la democracia y la sociedad civil es el eje articulador del texto y comprende los primeros cinco capítulos de la obra. Pero, el autor, consciente del deber de acercar su reflexión a un público más amplio –y asimismo, sensible frente a la necesidad de incrementar sus ingresos- incorpora en su análisis temas como los derechos humanos, donde reseña en tres capítulos y con mejor prosa, lo escrito por otros autores. En los cuatro capítulos finales, ingresa a polemizar con todos sus críticos, en una respuesta que ya era esperada por sus seguidores. Descarta con solvencia las principales críticas a su obra, presentando un conjunto de registros judiciales, testimonios policiales y sentencias diversas que lo exoneran de la mayoría de cargos imputados.
Completa la obra una defensa cerrada del núcleo duro de la sociología crítica que conmueve hasta al lector más postmoderno, a la vez que sienta las bases para un encuentro entre la tradición neomarxista y los postulados comunitaristas liberales. Pero luego en un viraje magistral, desarrolla una oportuna declaración bajo la forma de manifiesto político, que niega y reniega de cualquier discurso social, basándose en las ultimas palabras de R. Barthes antes de morir “uy curuju, no la vi…” logrando así explicar esa mirada escéptica, desmitificadora, indiferente pero solidaria, egoísta y generosa, que impregna la mayor parte de su amplia obra.
Sin embargo, las dieciocho páginas de este estudio resultan excesivas para el abordaje de temas tan relacionados, más aún considerando que buena parte del texto lo comprenden los anexos estadísticos, un glosario técnico, la bibliografía especializada, una lista de páginas Web de interés y el álbum fotográfico familiar del autor. Se prepara una segunda edición resumida, un CD-ROM y un blog. En resumen, sus postulados son discutibles pero difícilmente pueden ser ignorados. Por lo que estamos seguros que sus lectores (y la policía) mantendrán una mirada atenta a las próximas acciones de este afamado autor.
Es a partir de la necesidad de explicar los limites de la democracia que se articula un puente (aéreo) a la sociedad civil, la cual, como señala el autor, es diferente a otros tipos de sociedades, por ejemplo la peruana, a la cual con cierto tono de sarcasmo anota ingeniosamente: “no tiene mucho de civil”. Ob cit. Pag. 7
Una minuciosa -a veces pesada por los tecnicismos- y extensa explicación sobre las permanentes tensiones existentes entre la democracia y la sociedad civil es el eje articulador del texto y comprende los primeros cinco capítulos de la obra. Pero, el autor, consciente del deber de acercar su reflexión a un público más amplio –y asimismo, sensible frente a la necesidad de incrementar sus ingresos- incorpora en su análisis temas como los derechos humanos, donde reseña en tres capítulos y con mejor prosa, lo escrito por otros autores. En los cuatro capítulos finales, ingresa a polemizar con todos sus críticos, en una respuesta que ya era esperada por sus seguidores. Descarta con solvencia las principales críticas a su obra, presentando un conjunto de registros judiciales, testimonios policiales y sentencias diversas que lo exoneran de la mayoría de cargos imputados.
Completa la obra una defensa cerrada del núcleo duro de la sociología crítica que conmueve hasta al lector más postmoderno, a la vez que sienta las bases para un encuentro entre la tradición neomarxista y los postulados comunitaristas liberales. Pero luego en un viraje magistral, desarrolla una oportuna declaración bajo la forma de manifiesto político, que niega y reniega de cualquier discurso social, basándose en las ultimas palabras de R. Barthes antes de morir “uy curuju, no la vi…” logrando así explicar esa mirada escéptica, desmitificadora, indiferente pero solidaria, egoísta y generosa, que impregna la mayor parte de su amplia obra.
Sin embargo, las dieciocho páginas de este estudio resultan excesivas para el abordaje de temas tan relacionados, más aún considerando que buena parte del texto lo comprenden los anexos estadísticos, un glosario técnico, la bibliografía especializada, una lista de páginas Web de interés y el álbum fotográfico familiar del autor. Se prepara una segunda edición resumida, un CD-ROM y un blog. En resumen, sus postulados son discutibles pero difícilmente pueden ser ignorados. Por lo que estamos seguros que sus lectores (y la policía) mantendrán una mirada atenta a las próximas acciones de este afamado autor.
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CCSS,
neomarxismo,
sociología
6.1.08
Bromas aparte
Por: Rorschach, autobiógrafo esquizoide
Así, tan pronto, llega el momento de contar cómo ha nacido La Gran Combi y qué relación tiene con el Gran Combo Club (aparte del hecho de ser ambos vehículos cuya densidad demográfica excede largamente las recomendaciones de Defensa Civil).
Pues, la cosa es así: La Gran Combi no estaba ni prevista ni planeada. Llegó de pronto, doblando la esquina, a la mala, dos llantas sobre la vereda, como llegan todas las combis. Es la prolongación de una broma del día de los inocentes, que empezó en Puente Aéreo y continuó en el Gran Combo Club (donde también se le pone fin hoy) con la amigable complicidad de varios de quienes colaboran allí (hubo desde entusiastas hasta reticentes, pero ningún problema interno).
No ha habido bronca alguna: ni Faverón ni Salas ni Rendón ni nadie (mucho menos yo) se ha peleado con nadie, porque jamás hubo motivo para eso. Ha sido curioso constatar que aquellos que creyeron la historia, o que la creyeron a medias, no se detuvieron nunca a buscar una causa razonable o medianamente creíble para la pelea.
La Gran Combi continúa adelante, claro está. De aquí no se baja nadie. Y si se baja, será con arrojo kamikaze y pie derecho a discreción. Viajamos, eso sí, con la puerta abierta, como toda combi que se respete, de modo que si algún aventado suicida quiere treparse al coche en el camino, queda bienvenido de antemano.
Así, tan pronto, llega el momento de contar cómo ha nacido La Gran Combi y qué relación tiene con el Gran Combo Club (aparte del hecho de ser ambos vehículos cuya densidad demográfica excede largamente las recomendaciones de Defensa Civil).
Pues, la cosa es así: La Gran Combi no estaba ni prevista ni planeada. Llegó de pronto, doblando la esquina, a la mala, dos llantas sobre la vereda, como llegan todas las combis. Es la prolongación de una broma del día de los inocentes, que empezó en Puente Aéreo y continuó en el Gran Combo Club (donde también se le pone fin hoy) con la amigable complicidad de varios de quienes colaboran allí (hubo desde entusiastas hasta reticentes, pero ningún problema interno).
No ha habido bronca alguna: ni Faverón ni Salas ni Rendón ni nadie (mucho menos yo) se ha peleado con nadie, porque jamás hubo motivo para eso. Ha sido curioso constatar que aquellos que creyeron la historia, o que la creyeron a medias, no se detuvieron nunca a buscar una causa razonable o medianamente creíble para la pelea.
La Gran Combi continúa adelante, claro está. De aquí no se baja nadie. Y si se baja, será con arrojo kamikaze y pie derecho a discreción. Viajamos, eso sí, con la puerta abierta, como toda combi que se respete, de modo que si algún aventado suicida quiere treparse al coche en el camino, queda bienvenido de antemano.
5.1.08
“Ha sido un gusto”
Por: Asunción Bizancio, criollólogo de antaño
Para todo amante de la música criolla, acercarse a don Pascual Gutiérrez es un acontecimiento. Casi ochenta años de criollismo se reúnen en ese viejo de cabeza blanca que escucha atentamente mis opiniones sobre Pinglo hasta que su bisnieto lo despierta, y se lleva una mano al oído y pregunta por Carlota. Por supuesto que se refiere a la gran compositora doña Carlota Quintana de los Céspedes. ¡Qué lucidez la del viejo! Le explico que doña Carlota nos dejó hace once años y cantando, animando día a día ella sola a los demás enfermos de su pabellón en el hospital Dos de Mayo hasta las tres de la mañana, gratis además, gesto que la mayoría del cuerpo médico y la totalidad de los pacientes no supieron agradecer. Pero mientras toda esa gente sigue en gris anonimato, Carlota Quintana de los Céspedes murió y se convirtió en leyenda. Mejor dicho, en fotoleyenda, que fue todo el espacio que el único medio que publicó la noticia quiso darle.
Pero volvamos a don Pascual. Con gran deferencia hacia la prensa especializada, me narra estampas de su niñez: “Yo crecí en los Barrios Altos, en una calle que se llamaba La Huaca y que no existe desde que se dieron cuenta de que abajo, en efecto, había una huaca. Vinieron unos gringos y unos japoneses con sus palas y nos mudaron a la calle de los Huerfanitos descalzos, donde mis amigos y yo conocimos a las hermanas Villegas, muy jaraneras ellas. Una tocaba la guitarra, la otra cantaba. Aunque, a veces, la otra cantaba y la una tocaba la guitarra. Daba lo mismo porque eran igual de malas, pésimas, como los chicharrones secos de la señora Francisquita; pobrecita ella, nunca le decíamos nada. En esos tiempos la gente era educada, se trataba de vivir el criollismo, de disfrutar de lo nuestro".
“¿Que si éramos mataperros? No, más bien gatos. Es que entonces no había tanta cochinada como ahora, que malogra a la juventud. En aquellos años éramos más sanos. Por ejemplo, agárrabamos a un gato, lo llevábamos bajo el puente...” Desde muy joven don Pascual se sintió atraído por la música criolla, la que no podía dejar de escuchar a ninguna hora (vivía entre una peña y una cebichería) y de cuyo auge es testigo de privilegio, si no de cargo.
Este cronista no puede dejar pasar la oportunidad de preguntarle por las fiestas de antaño. ¿Recuerda don Pascual las jaranas de rompe y raja? ¿Ha olvidado con los años esos amaneceres bohemios en que tantas canciones que hoy enriquecen nuestro acervo vieron la luz? ¿Se acuerda de la célebre noche etílica en que su inspiración nos regaló el vals “Hermano, yo te estimo”? “No me acordaba al día siguiente y quieres que me acuerde ahora”, me responde don Pascual. Pero no importa que su memoria haya sido borrada por los años: La historia del criollismo, la leyenda, el inconsciente colectivo, el mito urbano y las paredes de los baños han guardado el nombre de la musa del bardo: Hortensia Ayllón. Sin esta mulata jamás habrían sido escritos los valses (cito en orden cronológico) “Tu piel como la nieve”,“Muñequita de almíbar”, “Mi gordita me espera” y “Ha sido un gusto”.
La juventud en peñas menores
Al que escribe estas líneas, que no le hablen de locales contemporáneos que creen que porque tienen una guitarra y un cajón y venden cerveza merecen llamarse peñas. Nada de eso. He estado en velorios menos aburridos. Las verdaderas peñas tienen un espíritu criollo y una vocación de peruanidad que solo existieron en las fiestas de antaño, las que eran de veras populares, las que no conocí. Cuénteme, le pido al maestro, del círculo de amigos que se reunía en la peña de doña Carlota. ¿Estaban allí Polo Lacosta y Eladio D’Onofrio? ¿Conformaban el grupo las trillizas Quinto? “No, nunca nos conformamos con tres, éramos muchos”.
“Falta apoyo a lo nuestro” se lamenta don Pascual. “¿Cómo es posible que Fujimori haya llevado a grupos de tecnocumbia para sus mítines bailables? Ese japonés de Fujimori y ese characato de Montesinos deberían haber pensado en el Perú primero y contratar conjuntos criollos”. Es cierto, pienso ¿Para qué encargar letras a un grupo pop? ¡Como si no hubiera todavía criollos duchos a la hora de interpretar el sentir popular! “En fin, en esos tiempos todo era mejor. No se conocía coca ni morfina, lo cual era terrible, porque te operaban sin anestesia”, filosofa el maestro. “¿Mi mensaje a las nuevas generaciones? No dejen que caiga en el olvido la costumbre de quemar gatos, es divertidísimo”.
Pero volvamos a don Pascual. Con gran deferencia hacia la prensa especializada, me narra estampas de su niñez: “Yo crecí en los Barrios Altos, en una calle que se llamaba La Huaca y que no existe desde que se dieron cuenta de que abajo, en efecto, había una huaca. Vinieron unos gringos y unos japoneses con sus palas y nos mudaron a la calle de los Huerfanitos descalzos, donde mis amigos y yo conocimos a las hermanas Villegas, muy jaraneras ellas. Una tocaba la guitarra, la otra cantaba. Aunque, a veces, la otra cantaba y la una tocaba la guitarra. Daba lo mismo porque eran igual de malas, pésimas, como los chicharrones secos de la señora Francisquita; pobrecita ella, nunca le decíamos nada. En esos tiempos la gente era educada, se trataba de vivir el criollismo, de disfrutar de lo nuestro".
“¿Que si éramos mataperros? No, más bien gatos. Es que entonces no había tanta cochinada como ahora, que malogra a la juventud. En aquellos años éramos más sanos. Por ejemplo, agárrabamos a un gato, lo llevábamos bajo el puente...” Desde muy joven don Pascual se sintió atraído por la música criolla, la que no podía dejar de escuchar a ninguna hora (vivía entre una peña y una cebichería) y de cuyo auge es testigo de privilegio, si no de cargo.
Este cronista no puede dejar pasar la oportunidad de preguntarle por las fiestas de antaño. ¿Recuerda don Pascual las jaranas de rompe y raja? ¿Ha olvidado con los años esos amaneceres bohemios en que tantas canciones que hoy enriquecen nuestro acervo vieron la luz? ¿Se acuerda de la célebre noche etílica en que su inspiración nos regaló el vals “Hermano, yo te estimo”? “No me acordaba al día siguiente y quieres que me acuerde ahora”, me responde don Pascual. Pero no importa que su memoria haya sido borrada por los años: La historia del criollismo, la leyenda, el inconsciente colectivo, el mito urbano y las paredes de los baños han guardado el nombre de la musa del bardo: Hortensia Ayllón. Sin esta mulata jamás habrían sido escritos los valses (cito en orden cronológico) “Tu piel como la nieve”,“Muñequita de almíbar”, “Mi gordita me espera” y “Ha sido un gusto”.
La juventud en peñas menores
Al que escribe estas líneas, que no le hablen de locales contemporáneos que creen que porque tienen una guitarra y un cajón y venden cerveza merecen llamarse peñas. Nada de eso. He estado en velorios menos aburridos. Las verdaderas peñas tienen un espíritu criollo y una vocación de peruanidad que solo existieron en las fiestas de antaño, las que eran de veras populares, las que no conocí. Cuénteme, le pido al maestro, del círculo de amigos que se reunía en la peña de doña Carlota. ¿Estaban allí Polo Lacosta y Eladio D’Onofrio? ¿Conformaban el grupo las trillizas Quinto? “No, nunca nos conformamos con tres, éramos muchos”.
“Falta apoyo a lo nuestro” se lamenta don Pascual. “¿Cómo es posible que Fujimori haya llevado a grupos de tecnocumbia para sus mítines bailables? Ese japonés de Fujimori y ese characato de Montesinos deberían haber pensado en el Perú primero y contratar conjuntos criollos”. Es cierto, pienso ¿Para qué encargar letras a un grupo pop? ¡Como si no hubiera todavía criollos duchos a la hora de interpretar el sentir popular! “En fin, en esos tiempos todo era mejor. No se conocía coca ni morfina, lo cual era terrible, porque te operaban sin anestesia”, filosofa el maestro. “¿Mi mensaje a las nuevas generaciones? No dejen que caiga en el olvido la costumbre de quemar gatos, es divertidísimo”.
4.1.08
Carta abierta a mí mismo (8)
Por Exilvio Cuarendón, economista y chofer de bus-cama
Leo en el blog-basura que nunca leo:
Cualquiera que diga que no, no entiende mi punto de vista y por lo tanto no entiende el meollo de la democracia y debe ser repudiado. Es un blorrego, un jumento, un mulo. A ese nivel lo pongo. Toca no hacerle el juego a ese tipo de mal demócrata.
Actualización: Me han pasado el dato de este blog en el que un tal Silvio Rendón parodia mi estilo. Así no es. Si quieren debatir, háganlo frente a frente porque de costado se ven feos.
Leo en el blog-basura que nunca leo:
"La proliferación en la cholósfera de bitácoras sobrepobladas que se dedican a discutir asuntos de muy diversa índole sin llegar nunca a significar un aporte firme y sostenido en ningún campo, hace de la blogósfera nativa un horroroso espejismo. Un poco menos de bitácoras y un poco más de especialización le harían mucho bien a los espacios de discusión en el Perú".Comentario: Mal. Pésimo. Así no juega Perú. Ya mi amigo Marfil Katana (que hace tiempo no responde mis emails) ha puesto el dedo en la llaga en este punto. Lo que hace falta en el Perú no es una mayor especialización de los científicos sociales, sino una mayor desespecialización de la sociedad, que produzca el mismo efecto llegando por el camino contrario. Sobre el particular ya he comentado aquí, aquí, aquí y aquí.
Cualquiera que diga que no, no entiende mi punto de vista y por lo tanto no entiende el meollo de la democracia y debe ser repudiado. Es un blorrego, un jumento, un mulo. A ese nivel lo pongo. Toca no hacerle el juego a ese tipo de mal demócrata.
Actualización: Me han pasado el dato de este blog en el que un tal Silvio Rendón parodia mi estilo. Así no es. Si quieren debatir, háganlo frente a frente porque de costado se ven feos.
2.1.08
Luna de Paita
Entrevista de Olimpio Minolta al novelista Juan Tumbes, en su exilio interior
Juan Tumbes nos recibe en su casa de Piura y Chiclayo, cabecera de playa que ha levantado este socialista radical en las entrañas de la bestia capitalista, en pleno corazón de Miraflores.
Mientras conversamos con él, las reliquias de toda su vida nos observan desde las paredes: sus máscaras africanas, sus caretas de diablada puneña, sus cabezotas de yeso de carnaval altoandino. Sus pasamontañas negros y pañoletas blanquirrojas con las iniciales M,R,T y A --cuyo sentido se me escapa-- parecen mirarnos desde el cielo.
Ese cielo que Tumbes quiso tomar por asalto en los años cincuenta, asediar a punta de fusil y bayoneta en los sesenta, emboscar y volar en pedazos en los ochenta, invadir al primer descuido del guachimán en los noventa, y que ahora posee legalmente desde que, en el año 20006, fuera empadronado para titulación inmediata por los ministerios de Cultura y Vivienda.
Tumbes viste una militante casaca china con cuello Jorge Chávez. Constatar eso, por un momento, me hace pensar en lo universal que se ha vuelto la fama de nuestro primer mártir de los deportes de aventura. Tumbes tiene una cabeza enorme y un penacho inquieto de pelos plateados que, cuando se agita y se remece espasmódicamente, parece barrer la nube de estreptococos que flota en el aire limeño. Le pregunto:
-- Su primer libro, "El viejo saurio de retira", marcó de manera indeleble el devenir inmediato de varias generaciones de narrativa peruana. Tantos años más tarde, ¿qué sabor de boca le deja ese recuerdo con el que, de modo audaz, abro esta entrevista, señor Tumbes?
-- "El viejo saurio de retira" no es un libro mío. Es de Miguel Gutiérrez.
-- Tomo nota del dato, para confirmarlo después... Pero no evada la pregunta.
-- ...
-- Pasando a otro tema. ¿A qué se debe que sus libros más recientes --sobre todo los que ha escrito después de cumplir los noventa y cuatro años de edad-- carezcan de ese espíritu juvenil y esa vitalidad exultante que derramaban lisura en sus primeros libros?
-- La edad me ha vuelto más sabio y más recóndito; ahora encuentro que mis viejos libros parecen escritos por otro, los leo con ternura y con admiración por las evidentes luces del genio que los alumbró, pero he dejado de reconocerme en sus páginas. Por ejemplo, leo "El aleph" o "La casa verde" y juraría que yo no los escribí.
-- Yo juraría eso mismo...
-- Ahí tiene. ¿Se da cuenta? Es una sensación que comparto con otras personas, hasta con gusarapos incultos como usted, gente de la masa retardataria, abismal, cucarachesca, verecundiosa, que la revolución y mis libros han de redimir algún día y convertir en laboriosa vanguardia proletaria.
-- Usted me abruma con su sapiencia.
-- Bien, mire usted: el otro día estuve ojeando la primera edición de mi libro de cuentos "Efebo en Armenia", que, como se sabe, marcó un hito en la literatura peruana por ser el primer conjunto de relatos de temática homosexual contados desde un punto de vista solapamente homofóbico por un narrador que lo observa todo desde el interior de un closet, con telescopio.
-- Sutil sin duda.
-- Así es. Ejemplo de ello es el cuento inicial, "Efebo en Armenia", en el que un bello fauno adolescente es agredido por decenas de desconocidos en las calles de Yerevan, solo para que --al cabo de un sinnúmero de divertidas peripecias históricas que abarcan casi dos páginas a espacio simple-- todos los armenios que han agredido al protagonista acaben siendo víctimas de un desagradable genocidio (que después se ha hecho sumamente popular). El cuento, claro, planteaba dudas morales, pero en este momento se me escapan.
-- Volviendo al tema de la entrevista, ¿desde cuándo ha venido trabajando usted en su novela más reciente, la titulada "Luna de Paita"?
-- Desde mi más tierna infancia, porque para escritores como yo nuestras vidas son los ríos que van a dar a esa mar que es el libro, que es el morir. Y viceversa, aunque eso no siempre lo he sabido explicar.
-- "Luna de Paita" cuenta una historia vivaz, jacarandosa, no poco estupefaciente.
-- Así es. Se trata de un joven norteño que, con una cañita que encuentra tirada en el arrozal, un rollo de papel higiénico de hoja doble y el pabilo de un cajón de papayas, construye una nave para viajar a la luna. Piensa llegar al romántico satélite en el cuadragésimo aniversario del alunizaje de Neil Armstrong, pero en cambio desembarca en otro lugar: es la luna de Paita, que flota redonda y naranja sobre el mar de Grau. Allí clava una bandera peruana. Pronto, llegan otros pobladores norteños, que amontonan sus esteras sobre la superficie craterosa y fundan el Asentamiento Humano Keiko Sofía Fujimori, segunda etapa (en un sueño, al protagonista se le aparece la mismísima Keiko: redonda y naranja y con pequeñas naves espaciales que descienden sobre ella; es una mise en abîme).
-- ¿Se puede preguntar qué sucede luego?
-- Sobreviene la guerra popular, obviamente, porque ese es el destino de todas las sociedades. La revolución siempre llega y la burguesía cae por su propio peso. El asunto es que, claro, en la luna las cosas caen con mayor lentitud. Por eso es que la novela tiene seis mil cuarentidós páginas.
-- ¿Esta novela fue difícil de escribir?
-- Lo fue. "Luna de Paita" la escribí con el corazón en la mano y así es difícil agarrar el lapicero. A ello se debe que, según me dicen, largos pasajes de la novela resulten mayormente ilegibles.
Juan Tumbes nos recibe en su casa de Piura y Chiclayo, cabecera de playa que ha levantado este socialista radical en las entrañas de la bestia capitalista, en pleno corazón de Miraflores.
Mientras conversamos con él, las reliquias de toda su vida nos observan desde las paredes: sus máscaras africanas, sus caretas de diablada puneña, sus cabezotas de yeso de carnaval altoandino. Sus pasamontañas negros y pañoletas blanquirrojas con las iniciales M,R,T y A --cuyo sentido se me escapa-- parecen mirarnos desde el cielo.
Ese cielo que Tumbes quiso tomar por asalto en los años cincuenta, asediar a punta de fusil y bayoneta en los sesenta, emboscar y volar en pedazos en los ochenta, invadir al primer descuido del guachimán en los noventa, y que ahora posee legalmente desde que, en el año 20006, fuera empadronado para titulación inmediata por los ministerios de Cultura y Vivienda.
Tumbes viste una militante casaca china con cuello Jorge Chávez. Constatar eso, por un momento, me hace pensar en lo universal que se ha vuelto la fama de nuestro primer mártir de los deportes de aventura. Tumbes tiene una cabeza enorme y un penacho inquieto de pelos plateados que, cuando se agita y se remece espasmódicamente, parece barrer la nube de estreptococos que flota en el aire limeño. Le pregunto:
-- Su primer libro, "El viejo saurio de retira", marcó de manera indeleble el devenir inmediato de varias generaciones de narrativa peruana. Tantos años más tarde, ¿qué sabor de boca le deja ese recuerdo con el que, de modo audaz, abro esta entrevista, señor Tumbes?
-- "El viejo saurio de retira" no es un libro mío. Es de Miguel Gutiérrez.
-- Tomo nota del dato, para confirmarlo después... Pero no evada la pregunta.
-- ...
-- Pasando a otro tema. ¿A qué se debe que sus libros más recientes --sobre todo los que ha escrito después de cumplir los noventa y cuatro años de edad-- carezcan de ese espíritu juvenil y esa vitalidad exultante que derramaban lisura en sus primeros libros?
-- La edad me ha vuelto más sabio y más recóndito; ahora encuentro que mis viejos libros parecen escritos por otro, los leo con ternura y con admiración por las evidentes luces del genio que los alumbró, pero he dejado de reconocerme en sus páginas. Por ejemplo, leo "El aleph" o "La casa verde" y juraría que yo no los escribí.
-- Yo juraría eso mismo...
-- Ahí tiene. ¿Se da cuenta? Es una sensación que comparto con otras personas, hasta con gusarapos incultos como usted, gente de la masa retardataria, abismal, cucarachesca, verecundiosa, que la revolución y mis libros han de redimir algún día y convertir en laboriosa vanguardia proletaria.
-- Usted me abruma con su sapiencia.
-- Bien, mire usted: el otro día estuve ojeando la primera edición de mi libro de cuentos "Efebo en Armenia", que, como se sabe, marcó un hito en la literatura peruana por ser el primer conjunto de relatos de temática homosexual contados desde un punto de vista solapamente homofóbico por un narrador que lo observa todo desde el interior de un closet, con telescopio.
-- Sutil sin duda.
-- Así es. Ejemplo de ello es el cuento inicial, "Efebo en Armenia", en el que un bello fauno adolescente es agredido por decenas de desconocidos en las calles de Yerevan, solo para que --al cabo de un sinnúmero de divertidas peripecias históricas que abarcan casi dos páginas a espacio simple-- todos los armenios que han agredido al protagonista acaben siendo víctimas de un desagradable genocidio (que después se ha hecho sumamente popular). El cuento, claro, planteaba dudas morales, pero en este momento se me escapan.
-- Volviendo al tema de la entrevista, ¿desde cuándo ha venido trabajando usted en su novela más reciente, la titulada "Luna de Paita"?
-- Desde mi más tierna infancia, porque para escritores como yo nuestras vidas son los ríos que van a dar a esa mar que es el libro, que es el morir. Y viceversa, aunque eso no siempre lo he sabido explicar.
-- "Luna de Paita" cuenta una historia vivaz, jacarandosa, no poco estupefaciente.
-- Así es. Se trata de un joven norteño que, con una cañita que encuentra tirada en el arrozal, un rollo de papel higiénico de hoja doble y el pabilo de un cajón de papayas, construye una nave para viajar a la luna. Piensa llegar al romántico satélite en el cuadragésimo aniversario del alunizaje de Neil Armstrong, pero en cambio desembarca en otro lugar: es la luna de Paita, que flota redonda y naranja sobre el mar de Grau. Allí clava una bandera peruana. Pronto, llegan otros pobladores norteños, que amontonan sus esteras sobre la superficie craterosa y fundan el Asentamiento Humano Keiko Sofía Fujimori, segunda etapa (en un sueño, al protagonista se le aparece la mismísima Keiko: redonda y naranja y con pequeñas naves espaciales que descienden sobre ella; es una mise en abîme).
-- ¿Se puede preguntar qué sucede luego?
-- Sobreviene la guerra popular, obviamente, porque ese es el destino de todas las sociedades. La revolución siempre llega y la burguesía cae por su propio peso. El asunto es que, claro, en la luna las cosas caen con mayor lentitud. Por eso es que la novela tiene seis mil cuarentidós páginas.
-- ¿Esta novela fue difícil de escribir?
-- Lo fue. "Luna de Paita" la escribí con el corazón en la mano y así es difícil agarrar el lapicero. A ello se debe que, según me dicen, largos pasajes de la novela resulten mayormente ilegibles.
31.12.07
Novela X, por el autor Y
Reseña escrita por: Abanto Rodríguez Rococó, metacrítico cultural
Si en su primer libro de cuentos este autor había demostrado una desbordante imaginación y un trabajo cuidadoso y casi obsesivo con la palabra, ahora, con la publicación de su primera novela, nos da una pista más o menos clara de su maduración y de los nuevos horizontes que su obra será capaz de abrir en el futuro, quizás.
Y es que, así como en sus relatos primerizos supo entregarnos historias vívidas y cotidianas en las que primaban las pulsiones de la ciudad (su escenario era una Lima jamás nombrada, por la que pululaban tribus urbanas de todo pelaje y personajes del ambiente literario que no era nada fácil reconocer), ahora, en su primer esfuerzo mayor, el autor da un paso más y nos deja el retrato de un personaje inolvidable y absolutamente oririginal (que parece salido de una página de Carver), envuelto en una historia pasional e inconfundible que, no obstante, puede también leerse de otra(s) manera(s).
Que no se deje engañar el lector: la fábula de esta novela parece sencilla pero esconde una complejidad inagotable; los personajes parecen chatos, pero eso se debe a que están vistos desde arriba. Y también al hecho de que han sido construidos con el tono de la parodia y la agudeza inmisericorde de la verdad, que, en este caso, no por trivial es menos insensata.
Asimismo este libro ha sido escrito con la vehemencia que hace presa de los verdaderos escritores cuando necesitan escupir el vómito negro de sus verdades sobre la pantalla en blanco de su computadora, acto valeroso que no siempre termina limpiamente. De otra forma, no se explican los muchos errores de ortografía y la azarosa elección de las tildes y las comas, que, dicho sea de paso, un buen editor habría tenido que subsanar o, en su defecto, incluso corregir.
En resumen, este es un buen libro que vale la pena leer si uno no tiene otra cosa a la mano. ¿Que sus innumerables virtudes se ven opacadas por su indeletreables defectos? Puede ser cierto. Pero la insólita torpeza de su redacción no alcanza para ocultar la belleza ab-origen de sus intempestivos silencios (esa media página en blanco entre capítulo y capítulo: un hallazgo).
No se entiende por qué esta novela, que será lanzada al mercado pasado mañana, ha sido víctima del silencio cómplice de todos los demás medios de prensa, salvo éste, en el que su autor por coincidencia trabajó durante doce años.
Para concluir, digamos que el autor es sin duda un literato novísimo, que ha creado una obra de género inclasificable: un policial clásico de escaso desinterés, que sabrá apreciar más que a su vida el crítico de busto viril. Pero no por eso debemos olvidar que apenas tiene 47 años y que, por tanto, aun le falta dar el último estirón: hay que tener en cuenta que se halla en pleno proceso de aprendizaje y aún no se encuentra al cien por ciento de sus facultades mentales.
(Dibujo de Ricardo Biriba).
Si en su primer libro de cuentos este autor había demostrado una desbordante imaginación y un trabajo cuidadoso y casi obsesivo con la palabra, ahora, con la publicación de su primera novela, nos da una pista más o menos clara de su maduración y de los nuevos horizontes que su obra será capaz de abrir en el futuro, quizás.
Y es que, así como en sus relatos primerizos supo entregarnos historias vívidas y cotidianas en las que primaban las pulsiones de la ciudad (su escenario era una Lima jamás nombrada, por la que pululaban tribus urbanas de todo pelaje y personajes del ambiente literario que no era nada fácil reconocer), ahora, en su primer esfuerzo mayor, el autor da un paso más y nos deja el retrato de un personaje inolvidable y absolutamente oririginal (que parece salido de una página de Carver), envuelto en una historia pasional e inconfundible que, no obstante, puede también leerse de otra(s) manera(s).
Que no se deje engañar el lector: la fábula de esta novela parece sencilla pero esconde una complejidad inagotable; los personajes parecen chatos, pero eso se debe a que están vistos desde arriba. Y también al hecho de que han sido construidos con el tono de la parodia y la agudeza inmisericorde de la verdad, que, en este caso, no por trivial es menos insensata.
Asimismo este libro ha sido escrito con la vehemencia que hace presa de los verdaderos escritores cuando necesitan escupir el vómito negro de sus verdades sobre la pantalla en blanco de su computadora, acto valeroso que no siempre termina limpiamente. De otra forma, no se explican los muchos errores de ortografía y la azarosa elección de las tildes y las comas, que, dicho sea de paso, un buen editor habría tenido que subsanar o, en su defecto, incluso corregir.
En resumen, este es un buen libro que vale la pena leer si uno no tiene otra cosa a la mano. ¿Que sus innumerables virtudes se ven opacadas por su indeletreables defectos? Puede ser cierto. Pero la insólita torpeza de su redacción no alcanza para ocultar la belleza ab-origen de sus intempestivos silencios (esa media página en blanco entre capítulo y capítulo: un hallazgo).
No se entiende por qué esta novela, que será lanzada al mercado pasado mañana, ha sido víctima del silencio cómplice de todos los demás medios de prensa, salvo éste, en el que su autor por coincidencia trabajó durante doce años.
Para concluir, digamos que el autor es sin duda un literato novísimo, que ha creado una obra de género inclasificable: un policial clásico de escaso desinterés, que sabrá apreciar más que a su vida el crítico de busto viril. Pero no por eso debemos olvidar que apenas tiene 47 años y que, por tanto, aun le falta dar el último estirón: hay que tener en cuenta que se halla en pleno proceso de aprendizaje y aún no se encuentra al cien por ciento de sus facultades mentales.
(Dibujo de Ricardo Biriba).
29.12.07
El Estado no apoya la cultura
Por: Arantxa Dark, poeta limeña
(En la foto: poeta Arantxa Dark ante la encrucijada de una performance).
La poesía surge del estrecho margen (bastante delgadito) que distingue la voz del silencio. Sobrevive (sobre vive) en la fisura de una lengua que no es la de la cultura del logos, sino la del a-logos, lo ilógico, lo atroz, lo des-centrado y des-conocido.
O sea, la poesía es como un enfermo terminal que convulsiona sin fijarse a quiénes les tose y aunque quiere no puede ni podrá jamás acabar de pronunciar esa última palabra, ese sonido inarticulado que se empeña en emerger de su garganta (como del pescuezo de un San Juan de la Cruz agonizante) pero que no ha de lograr su cometido porque le falta aire.
Dicho esto, la conclusión es concluyente; la proposición, incuestionable. Desde la altura fatal e intransigente de mi poética puedo ver la mediocridad y la estolidez, la interferencia y la atonía de aquellos que interrumpen mi caminar audaz por las veredas de una ciudad derruida, decadente y atosigante, especialmente en las horas punta.
Allí está la fuente de la que surgen mis versos, ese origen ignoto, inaccesible, que me posee y me aniquila interiormente pero de la cual aparece el objeto monstruoso de mi poesía, objeto a cuya alta belleza (dejando a un lado la monstruosidad arriba mencionada o suprascrita) alcanzan algunos pocos y, eso, cuando pueden empinarse o conseguir que alguien les haga patita de gallo.
La poesía hiere como un cuchillo frío (porque si estuviera caliente, cauterizaría). Y allí está el gran problema que yo he llamado el dilema de la serpiente: (1) morder y envenenar al sujeto bípedo que asedia su hábitat y la pone en peligro de extinción, o (2) dar un paso al costado y poner los inexistentes pies en polvorsa, pero solapa nomás, serpiente, sin causar roche ni revuelo, haciendo como que aquí no ha pasado nada.
Yo creo que no hay alternativa: el poeta tiene que enfrentar la posibilidad de la muerte, correr el riesgo de salir de su madriguera cuando es necesario para atraer a su presa y resguardar sus fueros. El poeta es, pues, el gran maldito, sí, pero también la gran serpiente maldecidora -¡oh, maldita boa!- cuya función es demoler el sistema establecido por la lengua compañera del Imperio, la ley patriarcal y el neoliberalismo salvaje.
Desafortunadamente, al poeta maldito la gente no lo apoya. Y el Estado tampoco porque el INC cuenta con una burocracia que no cree en nadie. Algo tenemos que hacer en este contexto signado por la falta de un ente regulador que compense las inequidades del mercado. Sólo la unión nos hará fuertes, imperecibles y unidos. Poetas malditos: ¡como dijo Unamuno, unámonos!
Por eso, desde esta ciber-tribuna pobre pero honrada propongo unir a todos los poetas (eso sí, superando personalismos y el frecuente odio entre peruanos) a fin de bombardear este sistema opresivo que no reconoce nuestro trabajo pendavis y marginal.
O sea, la poesía es como un enfermo terminal que convulsiona sin fijarse a quiénes les tose y aunque quiere no puede ni podrá jamás acabar de pronunciar esa última palabra, ese sonido inarticulado que se empeña en emerger de su garganta (como del pescuezo de un San Juan de la Cruz agonizante) pero que no ha de lograr su cometido porque le falta aire.
Dicho esto, la conclusión es concluyente; la proposición, incuestionable. Desde la altura fatal e intransigente de mi poética puedo ver la mediocridad y la estolidez, la interferencia y la atonía de aquellos que interrumpen mi caminar audaz por las veredas de una ciudad derruida, decadente y atosigante, especialmente en las horas punta.
Allí está la fuente de la que surgen mis versos, ese origen ignoto, inaccesible, que me posee y me aniquila interiormente pero de la cual aparece el objeto monstruoso de mi poesía, objeto a cuya alta belleza (dejando a un lado la monstruosidad arriba mencionada o suprascrita) alcanzan algunos pocos y, eso, cuando pueden empinarse o conseguir que alguien les haga patita de gallo.
La poesía hiere como un cuchillo frío (porque si estuviera caliente, cauterizaría). Y allí está el gran problema que yo he llamado el dilema de la serpiente: (1) morder y envenenar al sujeto bípedo que asedia su hábitat y la pone en peligro de extinción, o (2) dar un paso al costado y poner los inexistentes pies en polvorsa, pero solapa nomás, serpiente, sin causar roche ni revuelo, haciendo como que aquí no ha pasado nada.
Yo creo que no hay alternativa: el poeta tiene que enfrentar la posibilidad de la muerte, correr el riesgo de salir de su madriguera cuando es necesario para atraer a su presa y resguardar sus fueros. El poeta es, pues, el gran maldito, sí, pero también la gran serpiente maldecidora -¡oh, maldita boa!- cuya función es demoler el sistema establecido por la lengua compañera del Imperio, la ley patriarcal y el neoliberalismo salvaje.
Desafortunadamente, al poeta maldito la gente no lo apoya. Y el Estado tampoco porque el INC cuenta con una burocracia que no cree en nadie. Algo tenemos que hacer en este contexto signado por la falta de un ente regulador que compense las inequidades del mercado. Sólo la unión nos hará fuertes, imperecibles y unidos. Poetas malditos: ¡como dijo Unamuno, unámonos!
Por eso, desde esta ciber-tribuna pobre pero honrada propongo unir a todos los poetas (eso sí, superando personalismos y el frecuente odio entre peruanos) a fin de bombardear este sistema opresivo que no reconoce nuestro trabajo pendavis y marginal.
(En la foto: poeta Arantxa Dark ante la encrucijada de una performance).
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