5.1.08

“Ha sido un gusto”

Por: Asunción Bizancio, criollólogo de antaño

Para todo amante de la música criolla, acercarse a don Pascual Gutiérrez es un acontecimiento. Casi ochenta años de criollismo se reúnen en ese viejo de cabeza blanca que escucha atentamente mis opiniones sobre Pinglo hasta que su bisnieto lo despierta, y se lleva una mano al oído y pregunta por Carlota. Por supuesto que se refiere a la gran compositora doña Carlota Quintana de los Céspedes. ¡Qué lucidez la del viejo! Le explico que doña Carlota nos dejó hace once años y cantando, animando día a día ella sola a los demás enfermos de su pabellón en el hospital Dos de Mayo hasta las tres de la mañana, gratis además, gesto que la mayoría del cuerpo médico y la totalidad de los pacientes no supieron agradecer. Pero mientras toda esa gente sigue en gris anonimato, Carlota Quintana de los Céspedes murió y se convirtió en leyenda. Mejor dicho, en fotoleyenda, que fue todo el espacio que el único medio que publicó la noticia quiso darle.

Pero volvamos a don Pascual. Con gran deferencia hacia la prensa especializada, me narra estampas de su niñez: “Yo crecí en los Barrios Altos, en una calle que se llamaba La Huaca y que no existe desde que se dieron cuenta de que abajo, en efecto, había una huaca. Vinieron unos gringos y unos japoneses con sus palas y nos mudaron a la calle de los Huerfanitos descalzos, donde mis amigos y yo conocimos a las hermanas Villegas, muy jaraneras ellas. Una tocaba la guitarra, la otra cantaba. Aunque, a veces, la otra cantaba y la una tocaba la guitarra. Daba lo mismo porque eran igual de malas, pésimas, como los chicharrones secos de la señora Francisquita; pobrecita ella, nunca le decíamos nada. En esos tiempos la gente era educada, se trataba de vivir el criollismo, de disfrutar de lo nuestro".

“¿Que si éramos mataperros? No, más bien gatos. Es que entonces no había tanta cochinada como ahora, que malogra a la juventud. En aquellos años éramos más sanos. Por ejemplo, agárrabamos a un gato, lo llevábamos bajo el puente...” Desde muy joven don Pascual se sintió atraído por la música criolla, la que no podía dejar de escuchar a ninguna hora (vivía entre una peña y una cebichería) y de cuyo auge es testigo de privilegio, si no de cargo.

Este cronista no puede dejar pasar la oportunidad de preguntarle por las fiestas de antaño. ¿Recuerda don Pascual las jaranas de rompe y raja? ¿Ha olvidado con los años esos amaneceres bohemios en que tantas canciones que hoy enriquecen nuestro acervo vieron la luz? ¿Se acuerda de la célebre noche etílica en que su inspiración nos regaló el vals “Hermano, yo te estimo”? “No me acordaba al día siguiente y quieres que me acuerde ahora”, me responde don Pascual. Pero no importa que su memoria haya sido borrada por los años: La historia del criollismo, la leyenda, el inconsciente colectivo, el mito urbano y las paredes de los baños han guardado el nombre de la musa del bardo: Hortensia Ayllón. Sin esta mulata jamás habrían sido escritos los valses (cito en orden cronológico) “Tu piel como la nieve”,“Muñequita de almíbar”, “Mi gordita me espera” y “Ha sido un gusto”.

La juventud en peñas menores

Al que escribe estas líneas, que no le hablen de locales contemporáneos que creen que porque tienen una guitarra y un cajón y venden cerveza merecen llamarse peñas. Nada de eso. He estado en velorios menos aburridos. Las verdaderas peñas tienen un espíritu criollo y una vocación de peruanidad que solo existieron en las fiestas de antaño, las que eran de veras populares, las que no conocí. Cuénteme, le pido al maestro, del círculo de amigos que se reunía en la peña de doña Carlota. ¿Estaban allí Polo Lacosta y Eladio D’Onofrio? ¿Conformaban el grupo las trillizas Quinto? “No, nunca nos conformamos con tres, éramos muchos”.

“Falta apoyo a lo nuestro” se lamenta don Pascual. “¿Cómo es posible que Fujimori haya llevado a grupos de tecnocumbia para sus mítines bailables? Ese japonés de Fujimori y ese characato de Montesinos deberían haber pensado en el Perú primero y contratar conjuntos criollos”. Es cierto, pienso ¿Para qué encargar letras a un grupo pop? ¡Como si no hubiera todavía criollos duchos a la hora de interpretar el sentir popular! “En fin, en esos tiempos todo era mejor. No se conocía coca ni morfina, lo cual era terrible, porque te operaban sin anestesia”, filosofa el maestro. “¿Mi mensaje a las nuevas generaciones? No dejen que caiga en el olvido la costumbre de quemar gatos, es divertidísimo”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se olvidaron de otro valsecito del tío: "Y si te vi, no me acuerdo".